Plaza de Doña Elvira
Plaza de Doña Elvira: un rincón que se escucha en silencio
En pleno corazón del barrio de Santa Cruz, escondida entre callejones encalados, la Plaza de Doña Elvira te recibe con una calma peculiar. No son los grandes monumentos lo que captan tu mirada, sino esa atmósfera tranquila, marcada por el murmullo del agua y el perfume de los naranjos.
Un remanso con historia y vida
Dicen que la plaza fue parte de un antiguo patio noble, que alguna vez perteneció a una señora llamada Elvira (así lo cuenta un poeta local). Si los muros hablaran, tendrían historias de amores secretos, rituales cofrades y conversaciones al atardecer que nadie anotó. Hoy, sus bancos de azulejos y los naranjos florecidos siguen siendo testigos de pequeñas historias cotidianas.
Horas para detener el reloj
- Primera hora de la mañana, cuando la ciudad aún bosteza, y la fuente parece contar un secreto solo para ti.
- Después de comer, cuando el calor descansa y el aire huele a azahar y pan recién hecho.
- Al caer la noche, cuando solo el murmullo del agua acompaña tus pasos mientras las farolas difuminan el entorno.
El contraste del turismo actual
Hoy, varios restaurantes se apoyan en la plaza para ofrecer servicio a turistas más que a vecinos. El más conocido es La Cueva, situado justo en el patio sevillano que da a la plaza. Su carta tradicional —paellas, zarzuelas, cola de toro, cordero lechal al horno y mariscos— compite con el ambiente silencioso con luz cálida, azulejos vistosos y un ambiente que se esfuerza por ser acogedor.
Un alto para sentir y respirar
La Plaza de Doña Elvira no pide prisa ni recorridos agotadores. Es, más bien, un alto en el camino para observar los balcones cargados de geranios, rendirse al aroma de los naranjos o leer un fragmento desde la sombra de un banco. Es esa Sevilla que no se busca, pero que uno agradece sinceramente cuando la encuentra.
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